miércoles, 20 de octubre de 2010

Ensayo: La metáfora paterna en la constitución del sujeto


“En ti observé lo que tienen de enigmático los tiranos, cuya razón se basa en su persona, no en su pensamiento. Al menos, así me lo parecía.”
Franz Kafka, Carta al Padre, 1919



INTRODUCCIÓN


Lacan planteó al inconsciente como un lenguaje en el que, como en todo idioma, media un sistema de leyes que constituye los procesos diferentes de la conciencia. En este sistema de leyes se reconoce como una de las principales a la Ley del nombre del padre, es decir, a la articulación del nombre del padre con la significación fálica.

Una metáfora tiene como función el engendramiento de la significación; pues bien, el resultado de esta metáfora singular, que Lacan llamará metáfora paterna, será la emergencia del falo como significación.

En el Seminario 3, Lacan se pregunta lo siguiente: si nuestro acceso a lo que llamamos la realidad, nuestra inserción en la realidad, lo que hace que la realidad en la que vivimos sea una realidad estructurada –y no una sucesión confusa de percepciones y sensaciones, sino que posea una cierta estructura- depende de una concatenación de significantes, ¿cuál será el numero mínimo de significantes necesario para que se produzca el capitonado que hace de la realidad un mundo? En ese mismo Seminario, Lacan se responde que un significante clave para la entrada y el mantenimiento del sujeto en esta realidad estructurada es el significante del Nombre del Padre.


DESARROLLO

Concibiendo al sujeto dentro de esta la realidad estructurada, surge la necesidad de partir de la constitución del mismo a mediante el estadio del espejo. La mirada del primer Otro, la madre, y el encuentro con una imagen especular permiten la creación de la imagen, que se estructura a través de la conciencia de separación del cuerpo de la madre que posteriormente será lingüistizada e introyectada para así constituir al Yo que dará lugar al sistema de percepción/conciencia organizado por el principio de realidad.

A partir de entonces, el Yo estará al servicio de la imagen y se desarrollará en el campo del lenguaje. Si el sujeto no realiza este proceso, es probable tomar una postura psicótica, en la cual el sujeto al no lograr identificarse con la imagen del espejo, se encuentra desarticulado de la realidad, para posteriormente encontrar en el delirio el intento de incorporación a algo que lo articule.

No obstante, en el Seminario 4 Lacan trabaja particularmente que la relación entre la madre y el niño no es una relación meramente dual. Entre la madre y el niño se interpone cierto objeto, un objeto imaginario que incide en, y significa, esta relación. Este objeto es el falo.

Teniendo en cuenta el surgimiento de un objeto, se puede afirmar que la introducción de significantes delimita la constitución del sujeto, pues la articulación significante,  es decir, la relación con otro significante –objeto- dentro de una estructura, indica el lugar de la falta en el Otro. Esto permite la creación del registro simbólico y con él, de la posibilidad de la metáfora, la cual es el sentido flotando que transita por debajo de la cadena significante, precipitando la emergencia de una nueva significación.

Ejemplificando lo anterior, Lacan en La dirección de la cura y los principios de su poder, establece que el sueño no es más que es una metáfora del deseo:

“El sueño no es el inconsciente, nos dice Freud, sino su camino real. Lo cual nos confirma que es por efecto de la metáfora como procede” 1

Pero volviendo a la metáfora paterna, lo que ésta nos arroja es la apuesta de que el sujeto –sujeto por venir, cachorro humano- advenga a un mundo ya estructurado por el significante. Antes de su primer llanto es hablado y re-hablado por los otros que constituyen su medio, que le hacen su lugar simbólico: el nombre que le antecede, el lugar en la casa, etc. Se tratará de ver entonces como este “proto-sujeto” pasará a hacerse sujeto de su palabra. Cómo pasará del campo del lenguaje a la función de la palabra, de qué manera una palabra puede fundar, puede ser fundante y como alguien puede hacer con lo que dice.2

            Lo que dice Lacan es que hay una primera simbolización, una simbolización primordial, relativa al hecho de que la madre no es una presencia constante para el niño. Hay idas y venidas de la madre, una alternancia que se simbolizará de algún modo, de la presencia y ausencia, escenificada en el Fort-Da descrito por Freud. Ahí es donde surge el enigma de la razón de estas ausencias y presencias maternas, introduciendo la necesidad de nombrar aquello que es el Deseo de la madre y las implicaciones del mismo.

La relación entre la madre y el niño está mediada porque la madre desea el falo, relación nombrada como el triángulo imaginario, el cual hace de puerta de entrada al Complejo de Edipo. A partir de esta articulación Freudiana, es necesario introducir el término del triángulo simbólico, acuñado por Lacan, el cual proporcionará el significante apaciguador en tanto responde al enigma del deseo de la Madre, el cual es el Nombre del Padre.

            Si la metáfora paterna funciona, aparece una respuesta a ese enigma por el deseo del Otro donde se juega el significado al sujeto. A la pregunta de qué es lo que la madre desea, la respuesta del padre es “el falo”. Y entonces el sujeto podrá situarse de una u otra manera en relación a esa significación –siéndolo o no siéndolo- y además localiza esa significación en una parte del cuerpo –teniéndolo o no teniéndolo-.

CONCLUSIONES

Sin una metáfora paterna que abra las puertas del Edipo, el sujeto no se puede constituir como tal; es indispensable que haya cortes entre madre, padre e hijo para que se pueda dar lugar a una relación. De no suceder, el sujeto queda atrapado en el campo de lo real, sin posibilidad de simbolizar (sujeto psicótico) y despedazado en donde deberían estar los cortes.

Asimismo, la introducción del concepto de Ley invocado por el nombre del Padre también permite poner un límite al goce, evitando así la transgresión absoluta que implicaría al sujeto instaurarse como la ley misma, sin tener un límite al goce y constituyéndose como instrumento del goce fálico que la madre no deseó de otro más que de él.
Por lo tanto, la metáfora paterna es fundamental para la creación del sujeto, en tanto que construye la red simbólica que lo contendrá del goce que desborda y de sus propios fracasos ante las defensas del Yo.



BIBLIOGRAFIA

Textos citados:
1 Lacan J. “La dirección de la cura y los principios de su poder”. Escritos 2, México, Siglo XXI, 1991, p.p. 600-622.

2 Ricardo E. Rodríguez Ponte, Sobre la metáfora paterna (II), en la Biblioteca de la E.F.B.A. (Escuela  Freudiana de Buenos Aires). Disponible en: http://www.efba.org/efbaonline/rodriguezp-32.htm, Consultado el 18 de septiembre de 2010.


Textos consultados:
Lacan J. Seminario 3 y 4, México, Siglo XXI

Ricardo E. Rodríguez Ponte, La articulación Freud-Lacan en la perspectiva del retorno a Freud de Lacan, en la Biblioteca de la E.F.B.A. (Escuela  Freudiana de Buenos Aires)

Apuntes de clase del diplomado en Clínica Psicoanalítica Freud/Lacan

López, Noelia. (2009). El lenguaje y el deseo en la estructuración del Yo.

lunes, 18 de octubre de 2010

Ensayo: El pasaje al acto como elemento del lenguaje en la psicosis

"La sabiduría no es comunicable. La sabiduría que un sabio intenta comunicar suena siempre a locura."
Hermann Hesse



INTRODUCCIÓN

En el proceso de estructuración del sujeto existe una constante lucha entre el ello y el superyó que el yo debe, o al menos pretende, equilibrar. Así, el Yo nunca escapa a la tensión que le causa el tratar de conciliar las demandas de estas dos entidades que a la larga lo definen. Entre los numerosos conflictos que se pueden generar como subproductos de este arduo proceso de negociación -pues finalmente el Yo es falible y no siempre logra satisfacer tan exigentes demandas- podemos destacar a dos de las estructuras subjetivas más familiares en el campo del psicoanálisis: la neurosis y la psicosis:

“La neurosis sería el resultado de un conflicto entre el <> y su <>, y, en cambio, la psicosis, el desenlace análogo de tal perturbación de las relaciones entre el <> y el mundo exterior.” 1

Es en este punto cuando Freud, al introducir el concepto de represión, nos permite observar al Yo como a un extranjero en sí mismo, aquel que no es dueño de su propia morada y que al debatirse entre las pulsiones del Ello y los imperativos del Superyó, forma los estructuras subjetivas que hoy conocemos como neurosis y psicosis.

DESARROLLO

Cuando hablamos la estructura subjetiva conocida como psicosis, o amencia*, quien gana la batalla es el Ello, estableciendo la derrota del principio de la realidad, el cual anteriormente influía al sujeto tanto en la dimensión del presente (percepciones de su entorno actual) como en la del pasado (recuerdos) el cual a su vez se va construyendo a partir de las percepciones, intelecciones y cargas significativas recogidas de las interacciones con el mundo exterior.

*f. Término propuesto por la escuela vienesa (Meynert, 1890) para designar un trastorno psicopatológico que aparece en cuadros orgánicos, que se caracteriza por la presencia de síntomas de confusión, desorientación, trastornos del pensamiento (incoherencia, perplejidad), alteraciones sensoperceptivas (ilusiones y alucinaciones) e inquietud psicomotriz.

En oposición a la demencia, en la que se produce un deterioro mental, la amencia implica que no es posible que se produzca un desarrollo mental normal.

En la psicosis, el delirio surge en aquellos puntos en que se ha producido una solución de continuidad en la relación del Yo con el mundo exterior: esto quiere decir que el Yo acepta la propuesta del Ello para manejar el conflicto que el mundo exterior le presenta. La realidad exterior le impuso al Ello una privación que por alguna razón le resulta absolutamente intolerable, por lo tanto el delirio surge como herramienta para que el Yo apuntale esta falta, y así se estructure en el sujeto lo que se conoce como disociación.

En un campo estructurado por lenguaje, la postura psicótica, al no lograr identificarse con la imagen del espejo que le ofrece el Superyó y sus demandas sociales, se desarticula de la realidad y encuentra en el delirio -en sí mismo, un lenguaje, pero que sólo entiende el Ello- el intento de incorporación a algo que lo articule.

“En la neurosis se evita, como huyendo de él, un trozo de la realidad, que en la psicosis es elaborado y transformado… O dicho de otro modo, la neurosis no niega la realidad, se limita a no querer saber nada de ella. La psicosis la niega e intenta sustituirla.” 3

Dado lo anterior, se puede inferir que la psicosis constituye un modo específico de conocimiento, de un modo en que aquel que no ha perdido la batalla contra el Ello, es decir, el sujeto no psicótico, no puede acceder. Es por ello que se ha mencionado a la psicosis como una forma de imaginación creadora: en el discurso psicótico, el delirio es el texto de la verdad del sujeto y por ende está inserto en el orden del lenguaje.

Si bien la psiquiatría por siglos ha tratado de desvanecer el delirio por medios químicos, físicos y de todo tipo, Lacan planteó que el delirio posee una dimensión significante y tiene un valor de realidad simbólica, el cual transforma la realidad mediante una función creadora. Por lo tanto, la clínica en la psicosis no puede pretender la desaparición del delirio pues esto implicaría aniquilar el texto del sujeto.

Debido a que en el psicótico ocurre un derrumbe del edificio subjetivo, es decir, el otro se mezcla con lo simbólico y la ley y el lenguaje reinvisten al otro como un elemento más en el texto de su delirio, el sujeto se ve perseguido por el orden simbólico, pues éste ya no sirve para mediar entre imaginario y real.

El pasaje al acto es definido a partir de la escena fantasmática. Desde allí, el sujeto se precipita y bascula fuera de la escena del Otro que arma la estructura de ficción. El sujeto aparece borrado al máximo por la barra de su división, se evade de la escena y esto permite diferenciar pasaje al acto de acting out. El acting out, más propio de la neurosis que de la psicosis, por el contrario, es una conducta del sujeto dirigida al Otro, pues lo necesita para mostrar algo.

En el pasaje al acto, al igual que en el acting out, la emergencia de la angustia juega un papel fundamental al definir las razones por las cuales un hecho puede suscitar el uno o el otro. Si el hecho es soportado por el marco del fantasma, se tiene una angustia en el plano de lo simbólico, y cuando no es soportado, se está en el plano de lo real. En el primer caso estamos más cercanos a la emergencia del acting out. Cuando es angustia traumática la posibilidad del pasaje al acto es más cercana.4

Se dice que el analista con el psicótico tiene un trabajo de inmovilidad, pues debe esperar el momento de la transferencia. Y en la psicosis, el pasaje al acto es la solución a la transferencia.

Esta solución psicótica se da cuando el fantasma ha sido desbordado en sus posibilidades de soportar lo siniestro –lo Unheimlich, es decir, algo que aparece en el lugar donde algo debería faltar y es eso lo que angustia: que la falta falte- y el pasaje al acto se presenta como solución ante lo traumático. El sujeto se evade de la escena en una partida errática hacia el mundo puro. Si en el acting out la apuesta es a la escena montando una sobre la otra, aquí la apuesta es a la disolución de la escena, aún a costa de la caída del sujeto, de su objetalización. 5

Aún mediante esta evasión, el yo en lo real logró exponer la carne del sujeto y por lo tanto escribió el texto del delirio, el cual, carente de articulación significante, recupera en lo real lo que se pierde en lo simbólico. Se da una regresión especular en el pasaje al acto, la cual lleva a un vacío pulsional y marca un antes y un después, exhibiendo el fracaso de las defensas del yo y produciendo una ruptura tras la cual se hace imposible restablecer el equilibrio.


CONCLUSIONES

Por paradójico que suene, en la psicosis la cadena significante se estructura en torno a una imposibilidad de sustituciones metafóricas, debido a que no hay síntoma. En el lenguaje del psicótico, el pasaje al acto representa el límite al goce que el nombre del padre no supo dar. Esto, aunado a la angustia que desborda al fantasma, surge como la certeza del ser (ser para un otro sin falta) y aparece el delirio como un discurso completo, que pretende decirlo todo.

Los pasajes al acto son para el psicótico los cortes en el lenguaje, en una estructura significante tan tremendamente real, tan ausente de simbolismos, que dichos cortes son realizados en un plano de relación con un otro-objeto al que no le falta nada, haciendo referencia a la objetalización arriba mencionada; en cada pasaje al acto que el psicótico realiza está el corte de una palabra, la delimitación del enunciado de la caída de un sujeto cuyo Yo no supo reponerse a la decepción del Ello ante las exigencias intolerables de la realidad.


BIBLIOGRAFIA

Textos Citados:
1 Freud, S. “Ensayos 98 al 144: CXXVII: Neurosis y psicosis”. Obras completas, tomo VII, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, p.p. 2742
2,3 Freud, S. “Ensayos 98 al 144: CXXVIII: La pérdida de la realidad en la neurosis y en la psicosis”. Obras completas, tomo VII, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997, pp. 2746
4, 5 Basberis, Osmar. 1er congreso Internacional de Investigación. Facultad de Psicología UNLP. La Plata, Argentina, 2007

Textos consultados:
Zimmermann, Daniel. “Pasaje al acto: ¿Qué propone el psicoanálisis?”. Escuela Freudiana de Buenos Aires, disponible en: http://www.efba.org/efbaonline/zimmermann-05.htm, consultado el 12/septiembre/2010

Apuntes de clase del diplomado en Clínica Psicoanalítica Freud/Lacan

López, Noelia. (2009). Represión, goce y principio de realidad en la neurosis y en la psicosis.

martes, 12 de octubre de 2010

Ensayo: Ted Bundy y la génesis de la perversión

“Cuanto más cerca estamos sentados unos de otros, más difícil nos resulta llegar a conocernos.”
Hermann Hesse



INTRODUCCIÓN

En términos estrictamente clínicos, se entiende a la perversión como una desviación del objeto de la pulsión sexual, en el que se privilegia un objeto que pertenezca al cuerpo u objetos ajenos al mismo para llevar a cabo la actividad sexual. Sin la presencia de dicho objeto, o fetiche, la relación –previamente descrita por Lacan como imposible- no puede llevarse a cabo.

Pero si se habla de desviación, entonces estamos suponiendo la existencia previa de un camino del cual el sujeto puede desviarse. ¿Cuál es éste camino? Para Freud, como para tantos de nosotros, entender la normalidad implica adentrarse en la patología.

DESARROLLO

Freud se planteó todas estas interrogantes ya en 1905, al mencionar al fetichismo como una de las modalidades de la perversión, citando a Pinet al definirlo como una fijación del sujeto a una parte del cuerpo. A partir de entonces se considera al fetichismo como un paradigma de la perversión. Sin embargo, a mi parecer el fetichismo es apenas una pobre filia incapaz de describir en su totalidad una estructura tan compleja como lo es la perversa.

Si ante la castración y como paradigma de constitución del sujeto, se pueden tomar 3 caminos, a saber:

- La negación neurótica que no quiere saber del goce.
- El delirio psicótico que sustituye a lo real y
- La desmentida perversa, que se basa en la escisión del Yo y desemboca en una regresión a un estadío en el que el goce de la madre lo es todo y el nombre del padre es forcluido,

Y si por alguna razón el camino elegido llegara a ser el tercero, se tiene a un sujeto perverso en el cual la ley del Padre fue transgredida en pos del falo materno (constituido en el sujeto mismo).

Posteriormente, Freud recalcará que la perversión es el negativo de la neurosis, dado que:
a) El perverso actúa impulsos que el neurótico reprime y
b) Frente a la angustia, el perverso se defiende con regresiones a formas de sexualidad infantil.1

Por lo tanto, y retomando la pregunta inicial de si es posible una desviación de un camino considerado como el normal, Freud nos responde en sus Tres ensayos para una teoría sexual, en las consideraciones generales sobre todas las perversiones, lo siguiente:

“En la mayoría de los casos podemos encontrar en la perversión un carácter patológico, no por el contenido de la nueva meta sexual, sino por su proporción respecto de lo normal. Si la perversión no se presenta junto a lo normal (meta sexual y objeto) cuando circunstancias favorables la promueven y otras desfavorables la impiden, sino que suplanta y sustituye a lo normal en todas las circunstancias, consideramos legítimo casi siempre juzgarla como patológico; vemos este último, por tanto, en la exclusividad y en la fijación de la perversión.” 2

Como consecuencia, si el placer no se busca en una actividad específica neurótica y se encuentra en las desviaciones del objeto sexual o de la meta sexual, entonces se da la perversión.3 El sujeto perverso, entonces, asume un Otro completo y sabe de un goce posible, goce que el neurótico no se permitiría; y al desconocer la castración mediante la desmentida, dicho goce no tiene acotamiento y se vuelve un imperativo.

Transgredir se vuelve la ley misma y en ella se instaura el goce, volviendo al perverso un mero instrumento de la misma. Nuevamente, a diferencia del neurótico, quien no sabrá jamás lo que el Otro quiere, el perverso sabe perfectamente lo que quiere el otro: gozar, y él se considera en la posición de proveer ese goce.

De ahí que: “una vez asumida como normal la organización genital todas las formas de regresión o de fijación a estadios anteriores, en los que la sexualidad se manifiesta mediante pulsiones parciales estrictamente vinculadas a las diferentes zonas erógenas, se consideran perversas.” 4

Todo lo anterior se esgrime como una afirmación al caso del asesino serial Theodore ‘Ted’ Bundy, quien sacudió a los Estados Unidos y a la opinión pública mundial en los años 70’s. En él se establece la estructura perversa por excelencia.

Empezando por lo más grotesco, se puede observar como al practicar la necrofilia tras sus asesinatos, el sujeto realiza actos que no son vistos como adecuados, transgresores, además, el orden social con respecto en cuanto a sus normas y reglas no pareció importarle en lo más mínimo. Esta es la primera característica perversa, la más llamativa y desafiante. Con respecto a la evidente desviación, Freud diría: “algunas de ellas (metas sexuales) se alejan tanto de lo normal por su contenido que no podemos menos que declararlas patológicas, en particular aquellas en las que la pulsión sexual ejecuta asombrosas operaciones (lamer excrementos, abusar de cadáveres) superando las resistencias (vergüenza, asco, horror y dolor).” 5

Desde el punto de vista de Lacan, la perversión tiene que ver con el padre, como función como tal no ejecutada, es decir, un padre ausente o indiferente. La interpretación que se puede de este momento es la siguiente: tal vez el sujeto hubiera preferido inconscientemente un padre que lo golpeara pero que lo tomara en cuenta.

Para comprender las acciones violentas de una estructura perversa como la de Ted Bundy, se necesita comprender el modo en que las acciones transgresoras coexisten junto con el comportamiento cotidiano, no antisocial, del sujeto. 

Para el sujeto neurótico, su registro simbólico contiene los relatos ocultos y los significantes de su historia de vida, palpitando detrás de lo real que sostiene su vida anímica, la cual es la imagen de su vida familiar y profesional. Esta contención simbólica permite la interacción con el imaginario o fantasía del sujeto, y protege al yo del derrumbe del edificio simbólico como sucede en la psicosis. Para el sujeto perverso que mata y viola, no hay distinción entre lo simbólico y lo real.

De acuerdo a lo anterior, la historia de Ted Bundy se reactiva en cada crimen o pasaje al Acto que lleva a cabo. Para llegar a la raíz de su incapacidad de simbolización es indispensable que se busque en él un lazo con su primer objeto de amor, la figura materna, la cual representó la primer ruptura psíquica al haber sido suplantada desde los inicios de su infancia por su abuela materna, dado que la verdadera madre era madre soltera y por miedo al escándalo social se le hizo creer al niño que su madre real era su hermana, y su abuela, su madre. 

Debido a este engaño, Bundy vive sus primeros 4 años viendo en sus propios abuelos la imagen materna y paterna. Al descubrir la verdad tras esta ficción, el sujeto se reconoce como rechazado e ignorado por la figura materna, incapaz de construir su yo a partir de la mirada del otro, y por ende sin posibilidad de desarrollar fijación de objeto con la madre. Esto desemboca en la imposibilidad de simbolización durante toda su vida. Dicho rechazo lo llevó a formarse en la postura de la no valoración ante el otro, tornándose solitario y desconfiado hacia su medio, evitando cualquier relación libidinal de entrega.

Sin embargo, al darse una oportunidad de relacionarse y experimentar una relación formal, Ted Bundy vivió el ser rechazado por el objeto de su deseo (mujer) como un retorno a un estadío pre-edípico, en el cual, incapaz de simbolizar, él elige el pasaje al acto como única salida posible. Esto también puede interpretarse como un deseo de venganza hacia la figura materna, angustia que no pudo ser insertada en el plano simbólico, a través de la palabra, y que por lo tanto es actuada en contra de las víctimas. Los asesinatos son parte de la relación sádica que mantiene con ellas, y se dirigen a producir un ideal del Yo imposible tanto para él mismo como para la víctima: un sujeto que sólo experimenta placer en el goce, es decir, aquello que está más allá del placer. El imperativo es gozar mediante el crimen, es la ley del goce que somete al perverso a decirlo todo a través de un acto: el pasaje al acto. Hay un fracaso recurrente en el acto perverso: el propósito que se impone nunca se alcanza, por ello tiene que recurrir constantemente al mecanismo de repetición.

CONCLUSIONES

En el Edipo del perverso se tiene una función paterna desvalorizada o inexistente: Bundy nunca conoció a su padre biológico, no se implantó en él la ley del Padre, el temor a la castración ni la función de Ley. Al ser capturado, Bundy, de profesión abogado, decidió defenderse a sí mismo durante su proceso en la corte. Con esto demuestra que él se instaura como la Ley misma y también hace patente un deseo de reconocimiento. El perverso obtiene la reivindicación sociópata al aceptar la entera responsabilidad del acto que cometió, y solicita le sea reconocida la exigencia de un castigo. Lo anterior podría interpretarse como una psicosis de autopunición, adicional a la estructura perversa.

Durante su proceso en la corte, Bundy también personificó la escisión perversa del Yo, manteniendo una postura dual en la que negaba la evidencia de lo real (la brutalidad de los crímenes), y por otro lado, afirmaba la existencia de un real que no se veía (el imperativo del goce).

Se afirma que gran parte de los impulsos sádicos presentes en la estructura perversa responden a las exigencias de una madre fálica y cruel. En Bundy esto no se estructuró de este modo, pues ni siquiera se dieron los cortes necesarios para que existiera una transición del primero al segundo momento del Edipo; en la temprana infancia no creó lazo libidinal de ningún tipo, no se le impuso una figura paterna y no se logró identificación con ninguna de las 2 figuras, sino que por el contrario, se instauró una relación de odio hacia la figura femenina.

Escriben Keppel y Birnes: “la víctima, las escenas del crimen y las herramientas o armas empleadas por él (perverso) son utilizadas como extensiones de sí mismo, como manifestaciones físicas de su deseo (de goce). Dado que el asesino está satisfaciendo sus propias necesidades (imperativos), no puede sino dejar su tarjeta de visita en la escena del crimen”. 6 

Más allá del morbo del superyo y de la repulsión del yo íntimo que pudieran generarse hacia este tipo de casos, la función del análisis implica colocar la vista en la escena en la que el perverso dejó su tarjeta de presentación, y en un punto en particular a lo largo de la cadena de pasajes al acto. Encontrar la lógica subyacente en su metodología implica hallar el significante que no encuentra lugar en lo simbólico y se derrumba sobre lo real, avasallándolo por completo: para Bundy, uno de estos significantes en constante repetición eran las mujeres jóvenes, guapas, de cabello largo y lacio. Otro significante era el mostrarse desvalido, apelando a la compasión de las incautas para así llevarlas a su coche y apresarlas. Vaya a saber qué lugar ocuparían estos rasgos en la cadena metonímica de odio hacia la madre, el ser que lo despojó de la simbolización y al mismo tiempo lo entregó a la brutal capacidad de goce como Ley más allá de la vida y muerte.


BIBLIOGRAFIA

Textos Citados:
Un especial agradecimiento a Iván Arellano por haberme permitido citar su artículo:
1, 3, 4, 5 Arellano, Iván. “Diario psicoanalítico: La mentira materna y su relación con el odio. Ted Bundy asesino serial [informe psicoanalítico]”. Disponible en: http://ivan-diariopsicoanalitico.blogspot.com. Consultado el: 10/septiembre/2010
2Freud, S. “Tres ensayos para una teoría sexual”. Obras completas, tomo XXVI, Bs. As. Amorrortu,  1984.
6 Garrido, V. (2003). Psicópatas y otros delincuentes violentos. Valencia: Tirant Lo Blanch.      
Textos consultados:
Garrido, V. (2007). La mente criminal: La ciencia contra los asesinos en serie. Madrid.
Apuntes de clase del diplomado en Clínica Psicoanalítica Freud/Lacan